
Debi tener unos cinco o seis años, nunca me acuerdo bien de las edades, pero sé que era muy chico para una bicicleta, y muy grande para andar en coche. Mi madre me había regalado un auto a pedales. y lejos era lo más novedoso para mí, en cuanto a experiencias se trataba. Era por decirlo así, un niño ya independiente. Podía llegar donde quisiese sin bencina ni peajes, sin que mi madre me tuviese que llevar. sentía en mi cara el viento de la aventura, mientras pedaleaba a toda fuerza por las calles de mi barrio. Obvio que no

cruzaba las calles, sino que daba vueltas a la manzana, pero eso ya era para mí, insuperable.
Donde vivía, tuve la suerte de tener muchos amigos y si bien no era el líder, nunca me importó, era mejor así, simplemente era uno más de la pandilla.
Habían tres hermanos, dos hombres y una niña. Me acuerdo de ellos por dos razones. La primera era que podían voltearse los
párpados hacia arriba, y dejárselos así para asustar a los más pequeños de la pandilla, como yo. Los tres podían hacerlo y en verdad se veían horribles.

La otra razón es que tenían unas bicicletas extrañas. No eran como
las de los otros niños, a quienes los veía siempre en sus BMX ochenteras. las de los hermanos tenían otra geometría, otros colores, otros diseños. Usaban asientos grandes y largos, y frenaban hacia atrás, tenían cartones en los rayos, varillas que colgaban en sus puntas banderines y colas de zorros. me daban miedo en realidad, eran como rebeldes, como maldadosos

y sus bicicletas eran el fiel reflejo. Pasaron los años y el recuerdo se fue tapando con miles de otros quizás más frescos, o más importantes hasta que 25 años después, una pareja me trajo de regreso aquellos
momentos. Nos juntamos a andar en bici un día y llegó con su "Caloi Berlinetta". Mucha gracia no
le encontré, pero al subirme a ella fue como si redescubriese la forma de andar en bicicleta. Tenía mucho estilo y era tan cómoda que fue en ese momento cuando descubrí una nueva afición. Le compre a un caballero en una feria de San Pablo una destartalada Caloi Fórmula C y la restauré con un amigo. Después siguieron otra y otra más y así hasta llegar a tener 8 bicicletas. Vendí por espacio algunas, casi todas a gente conocida. Todavía tengo ese instinto de ver una bici rara y descubrir una de esas retrocletas. Nada como ellas

